jueves, 17 de mayo de 2007

Destemplanza

El fuego jugaba arabescos desde el bracero, mientras le rendían culto un anciano andrajoso que lucía un poncho oscuro de mugre y de años, y un jovencito que saltaba ora en un pie, ora en el otro, para calentar su cuerpo. La noche se perfilaba destemplada, ventosa. No hablaban. Sólo los unía la desazón y el hambre.
De pronto unos nubarrones se extendieron raudos, seguido de fuertes relámpagos, precursores de las gotas que en forma intermitente anunciaban la copiosa lluvia.
Corrieron a parapetarse en un portón cercano. El anciano recostó su humanidad tratando de cubrirse lo más posible. A su lado se sentó el muchachito tiritando, sosteniendo sus rodillas con los brazos.
Medio adormilado el hombre comenzó a quejarse, moviendo su vencido cuerpo. Eran sordos quejidos que brotaban de sus labios resecos. El joven sonreía en su sueño. Quizá rememoraba a su familia perdida.
El viento que soplaba entre los árboles lo despabiló. Comenzaba a amanecer. La lluvia había amainado durante la noche. El joven, casi un niño, trató de despertar al anciano. Este no se movía, estaba rígido, con una semi sonrisa impresa en su rostro. No había signos de dolor, no había gestos crispados. No había nada. Las lágrimas fluyeron mansamente por el rostro juvenil.
Se arrebujó en el poncho oscuro y dándole un beso en la frente, se alejó lentamente.

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