viernes, 29 de enero de 2010

El Escobero



En su trajín diario subía la empinada ladera. Llevaba las escobas a cuestas, en espera de la venta prometida, día a día.
Los niños lo rodeaban curiosos, los vecinos ya no le prestaban especial atención.
Al principio fue el objeto de burlas y extrañeza. Surgía de él un halo inexplicable, como si flotara dentro de una tenue nube.
Su presencia era de un gris indescifrable. Gotas de humedad resbalaban de su ropa. Parecía vivir en un invierno perenne.
Solía tocar un silbato para llamar la atención de los vecinos, mientras caminaba con los críos detrás suyo.
La venta fue mermando, a pesar de su esfuerzo. El vecindario no era muy poblado, y las escobas no se gastaban tan rápidamente como él lo hubiese querido.
Un día no se presentó. Entonces volvieron a preocuparse por esa figura esmirriada, encorvada. Asombrados comprobaron que el cielo se abría, dejando pasar el sol y la luz. El calor los abrigó cariñosamente. Dedujeron que se debía a la ausencia del escobero.
Durante dos días más no supieron de él. De pronto apareció con su andar cansino y sus escobas de siempre.
Los niños lo rodearon en forma acostumbrada. El les sonrió y por primera vez se sentó en el cordón de una vereda.
Comenzó a contarles lo que parecía un cuento. En realidad , el relato era la historia de su vida. Érase un hombre muy rico, que vivía en una especie de palacio. Tenía dos hijos que lo adoraban.
Pero una catástrofe abatió el lugar, ubicado cerca del mar.
No se sabe porqué pero el mar rebasó sus orillas e inundó todo el entorno. Los pequeños y la esposa estaban en el palacio que fue arrasado. Cuando el hombre rico volvió no encontró su hogar ni a su familia.
Durante días y meses los buscó sin éxito alguno. Pero nunca dejó de vivir, en ese predio devastado. De noche permitía que el agua lo acunara. Así le parecía que estaría más cerca de los suyos.
Se levantó cansadamente y siguió su camino, esta vez solo.
Los niños lo miraron partir en silencio. A medida que se alejaba se iba disipando su figura, hasta hacerse invisible.




Rojo Profundo




Terciopelo color rosa
rosa impregnada en rocío
rocío que sabe a noche
noche incandescente

Clarifica la sangre
color rojo subido
Enciende en tu cuerpo
pétalos dormidos

Rosa impregnada en rocío
fluye a tu corazón
Silencio en tu alma
sin percibir la flor

¿Dónde te conduce?
A qué sueños te apegas?
Dónde encuentras la fuente
que mitigue tu condena?

Flor agraciada, violenta

Flor amada
Irreal
Rechazada

Te deshojo
Y te pierdes
en la bruma falaz
de sus ojos





Atrapado


















En la penumbra, hundido en un sillón, Jorge estaba inmóvil, inmerso en sus pensamientos. No escuchaba la música que venía de la otra habitación. No le molestaba el ruido del exterior que se filtraba por la ventana. Ni siquiera el canto de los pájaros que revoloteaban por el jardín lo sacaban de su estado.

No puedo perdonar la traición. No puedo perdonarle a Susana, el tormento en que me sumió. Pero Dios!, tampoco puedo olvidar sus ojos dorados, llenos de luz, de promesas incumplidas.
Esos ojos que hacían olvidar lo que nos rodeaba. Que horadaba mi interior, llevando gozo y felicidad. Nunca había sentido ni volveré a sentir, esa sensación de libre albedrío. Sentía que flotaba, alejado del mundo real. Sólo su presencia llenaba el espacio infinito. Bastaba para mí.
Aquella noche que nos encontramos en la casona del campo, compartíamos el hechizo de la luna que nos bañaba con su pétrea claridad. Y fue allí precisamente, donde me dijo sin preámbulos, que nos dejaríamos de ver. Su ex novio había vuelto arrepentido y le propuso casarse de inmediato.
No pude creer lo que escuchaba. Se hizo un silencio oscuro, espeso, entre los dos. La sentí como pantera engañosa.
¿Por qué no insistí? ¿Por qué no le dije lo que sentía? ¿Por qué no exigí una explicación? Como zombi quedé callado, mientras ella me miraba expectante, esperando una respuesta.

En cambio, dije que no importaba, ya que no pensaba formalizar. Que no sentía nada. Que para mí fue sólo un capricho. El orgullo y la vanidad herida brotaron de mis labios. ¡Qué petulante! Quería estrecharla entre mis brazos y la estaba alejando para siempre. Sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas.
Entonces, en un susurro, dijo que había elegido el camino correcto. Y se fue corriendo hacia la nada.