viernes, 26 de marzo de 2010

Un viaje inolvidable



Comenzaron los fríos.
Mi familia acostumbra irse al norte por esta época.
Por cierto, voy a extrañar a nuestros vecinos. Es que siempre suelo mirarlos a través de la ventana. Disfruto mirándolos. Pero no crean que soy un fisgón. ¡Qué va! Es que esta gente me agrada. Comprenden una familia bien avenida. En cuanto a sus vecinos, son más sobrios pero también buena gente. En realidad me place verlos.
A decir verdad, nunca nos han molestado. Ni nosotros a ellos.
Los preparativos para el viaje ya terminaron. Y ahora, como suele decirse “a volar”
Éramos muchos en este viaje. No obstante yo estaba solo. Mis padres se encontraban detrás. Se acomodó a mi lado un pedante locuaz, que sólo hablaba de sí mismo. Al ver que no le prestaba atención dejó el lugar.
Entonces lo ocupó una señora un poco obesa que no dejaba de hablar. Me aturdía. Era una “cotorra” hablando. Al ver mi indiferencia, se cansó y me dejó solo.
¡Vaya viaje!, pensaba. Estaba cansado y aburrido.
Cuando a mi lado se presentó una morena de voz melodiosa y suave mirada. Comenzamos un diálogo fluido. Intercambiamos impresiones. Comentamos acerca de nuestras respectivas familias. Resaltamos lo que nos gusta, lo que nos desagrada. En fin, había coincidencia. Decididamente teníamos afinidad.
El viaje se hizo corto y al finalizar ya éramos grandes amigos, y algo más.
Quedamos en seguir viéndonos. Fue entonces que pensé seriamente cómo resolver el problema con los míos, ya que somos de distinta clase social.
¡Pero, vaya! ¡Si no me presenté todavía…!

Verán, yo soy un distinguido pinzón real; y ella es sólo una pequeña y dulce calandria.


Cuento seleccionado por Editorial Dunken para integrar el libro "HABITAR EN SECRETOS" Textos 2009

viernes, 12 de febrero de 2010

Armonía



Sintió que había perdido la armonía. Estaba en el mundo solamente para ocupar un lugar. El entorno le era indiferente. Un día seguía al otro, y al otro, sin llegar a nada. Intentó romper la coraza que lo arropaba, pero no supo cómo. Le abrumaba su apatía.
En la oficina a la hora del café, se reunían y vociferaban a la vez por soluciones: cómo apalear la crisis, cómo terminar con la violencia, cómo frenar los atropellos. Sólo cuando el jefe se acercaba todos callaban y se aprestaban a retomar el trabajo. Él era un ente pasivo que sabía escuchar sin opinar. En realidad no era que no comprendiera ni que no quisiese tomar partido de una forma u otra. Simplemente su abulia no le permitía inmiscuirse.

Cierto día a fin de mes, cuando estaban distendidos frente al cajero en espera del sueldo, entraron cuatro individuos armados, con máscaras sobre el rostro, apuntando a los presentes.
Casi sin pronunciar palabra se acercaron a la caja exigiendo la entrega de todo el dinero.
La empresa no era muy importante. Tenía veinte empleados, aparte del sector jerárquico. Esta vez, nadie dijo nada. Los habían obligado a tirarse al piso y allí estaban todos quietos.
Menos él, que mientras los atacantes llenaban sus bolsas, y uno solo quedó cuidándolos, aprovechó un descuido del que los observaba, para empujarlo, hacerlo caer y tomar su arma, en una actitud de arrojo y quizás sin haberlo meditado lo suficiente. Fue tan rápido e inesperado, que nadie dijo ni hizo nada, incluso los maleantes, que lo miraban incrédulos, como hipnotizados. Hirió al que comandaba el grupo. Pero los otros lo balearon. Salieron corriendo dejando el botín, asustados por si algún otro tomaba la misma actitud.
Sintió que su cuerpo se enfriaba, no tenía dolor, pero su vista comenzó a nublarse.
Todos lo rodearon. Alguien gritó de llamar la ambulancia. Todos lo palmeaban, lo alentaban. Le pedían que no se abandonara, que luchara hasta que fuese atendido.
Sonrió feliz. Al fin lo tenían en cuenta

¡Ahora sí que ocupaba un espacio real en el mundo!


Mención Honorífica- Género Cuento- VII Concurso Internacional de Cuento, Poesía y Arte 2010 "Puente de Palabras del Mercosur" Rosario - Argentina


Declarado de Interés Municipal por el Concejo Municipal de Rosario Decreto Nº 22357- 10 de abril de 2003

viernes, 5 de febrero de 2010

Torres de humo





Cubrid mi cuerpo
que mi alma vaga.
Entre cenizas se esparce
y en pequeños grumos
encandilados
clama
la esfumada presencia.

Cubrid mi cuerpo.

Entre humo y fuego
se eleva la estela.

Centella fulgurante
su luz invade
enceguece
escapa
fluctúa
se eleva.


Rápido cubrid mi cuerpo
que mi alma vaga.





Centella


¿Qué miras mi pequeño?
Miro el cielo oscuro
cubierto de pecas brillantes.
Las pecas de mi abuela
no brillan lo mismo.

Esas son estrellas mi pequeño
que tienen vida propia
¿Y por qué se apagan en la abuela?
Porque no pueden competir
con el brillo de sus ojos.

Madre, mira ahora la luna
tiene ojos y una boca sonriente
Mira, mira, se mueve
Y ahora parece que baila.

Pequeño, al mirarla fijo
tus ojos ven fantasías.

¿Y por qué me sonríe
sólo a mí?
¡Quiero que me la alcances
quiero llevarla conmigo!

Ay! Pequeño, cómo explicar
lo lejano que está ese mundo
y lo limitado que es el nuestro
No te enfurruñes pequeño
de grande lo entenderás
Madre ¿y si no llego a grande
nunca lo sabré?


Hoy, mientras escribo
Tiembla la hoja
El lápiz se resbala.
Las palabras no logran ordenarse






Mi ser




Quieres conocer mi plaza?
de pájaros flores y plantas
enredaderas naturales
inundan el espacio

Quieres conocer mi pueblo?
de estruendo y vorágine
cantos risas fusión
demarcan el camino

Quieres conocer mi sueño?
de silencios y luces
implantados sentimientos
palpitan el alma

Quieres conocer mi vida?
El vigor de la palabra
enquistada en el papel
humilla lesiona incentiva
apabulla buscando coherencia
pasma hilvanando ideas.


Debo justificar lo que me hiere
Quiero ser poeta.







Esperanza



¿cuándo va el agua al río?
¿cuándo va el río al mar?
¿cuándo el mar se diluye en océano?
¿cuándo el espejo que nos cubre
reverdece con reflejos
la emoción de nuestra alma?


Cuando la balanza se inclina
el sueño irrumpe


Pájaros alados envían señales
Ensordece la estridencia
de alas mojadas


Nada es cierto
Todo es vigilia



Quisiera poder nadar
mecida por las olas
y en torbellino trocar
ese mañana lejano

Nada es cierto
Todo es vigilia

Dilucidar



Contando las estrellas
no alcanza el cielo
luciérnagas pequeñas
titilan y se esfuman


Brillan desvanecen
quiebran las tinieblas
embeben los ojos
más adormecidos


Calan la visión
Cuencas vacías
acaparando sueños
enumerando astros


Idílica noche
tachonada de luces
cubren como manto
esos puntos fugaces


Silencio que abruma
Soledad impuesta
Poeta, no cuentes luceros
Poeta, no cantes la lluvia
debes hacer llover

Declive




Copos de nieve
caen impetuosos
sobre ti
tus ojos
tu frente
tu pelo


Diáfana aurea
estrella reluciente
en pequeña gota
florece
en ti
en tu rostro
en tu atuendo




Suave vaporosa
como nimbo
te rodea
simulando aves
de alas extendidas
Pureza alba
guiando tus pies
en el ajetreado surco


Tus manos
se cierran vacías
tratando de alcanzar
lo etéreo
lo níveo
el escurridizo ayer


Te sumerges
en el esponjoso suelo
El rostro al viento
Las manos en cruz
Teñido de blanco
el cabello
las cejas
los labios



Ciega
el blanco fragor
pero tú irradias
como hálito invisible
con tu blanca ropa
de invierno
El calor de la ilusión

Conceptos abstractos (cuento infantil)



Juancito volvió a casa enfurruñado porque la maestra le llamó la atención.
-“No se qué te pasa con el cero, es un número como cualquier otro”, es lo que la seño le discutía.
Pero Juancito no lo creía así. Un cero no vale nada, se dijo. La maestra es una tonta.
En casa le esperaba una reprimenda. Esta vez fue su papá, que tampoco entendía. Entonces armándose de paciencia, le explicó sucintamente, que cero más cero, era igual a cero. Dijo que nadie podía discutirlo, y sin escuchar razones, se alejó dando por terminado el entredicho.
Al día siguiente, el niño y su padre fueron de compras. Iban por una bicicleta para su cumpleaños. Era una hermosa bici de color rojo. El pequeño saltaba de alegría.
Al momento de pagar, el papá quiso que él diera el dinero al vendedor. Juan se sintió todo un hombre.
Le pedían quinientos cincuenta pesos, y él recibió cincuenta y cinco .
Se volvió a su padre y le dijo : -“estás equivocado, acá falta dinero”.
Su padre escribió en una hoja el número 55. –“¿por qué , qué le falta?”, preguntó.
-“bueno, le falta un cero”
-“pero no importa, porque un cero no tiene valor, verdad?”

Así es que Juancito, por culpa de un número abstracto, se quedó sin bicicleta.

Aquel papel


Un silencio espeso incursionó el espacio.
Los pequeños fragmentos de luz multicolor ya no se esparcían por el ambiente.
Hay angustia, desasosiego en el tono del amante. Un papel, una carta que revoloteó juguetona al compás de la brisa y terminó posándose a sus pies.
La desconfianza, los celos, nuevamente tomaron posesión de él.
Recogió la misiva y aún antes de leerla, volviéndose, la increpó con virulencia. Los epítetos brotaron de sus labios como manantial incontenible.
Abrió el celeste papel y leyó con furia, unos versos de amor, que iban dirigidos a él.

Al pie de la montaña




Al pie de la montaña, en la confluencia de los ríos, se alza una aldea. Las casitas de techo rojo, simétricas, semejan aves en vuelo. La dorada arena que bordea los arroyos llega hasta la puerta de cada vivienda, sirviendo de alfombra. Los pequeños la cruzan retozando alborozados para internarse en el agua. Alguna vez un adulto los acompaña.
Desde mi paraje, arriba del cerro, vigilo y me extasío con la efervescente vida pueblerina. Estoy solo, solo en medio de la naturaleza. Siento el viento que me arrulla, el frescor de la lluvia, el sol que me da vida, el canto de los pájaros, y el murmullo lejano de los lugareños. Todo me sirve de compañía y abrigo. Pero estoy solo.
De pronto una idea loca revolotea mi mente. ¿Qué pasaría si se acabase la arena? ¿Cambiaría la vida de los aldeanos? Por de pronto no habría más ríos. El agua que riega los canteros, que nutre las plantas, que da vida a la existencia, se extinguiría.
En fin, termino riéndome de mi pensamiento absurdo, y alzo mi lámpara en medio de la locura y la ignorancia. Está oscureciendo. El panorama se va desdibujando. Sólo la luz ilumina un círculo a mi alrededor. Quedo adormecido con el roce de las hojas bailando al compás de la brisa. La idea que me atormenta me domina de nuevo. Fijo la vista en el foco y agazapada en el centro de la esfera veo una esfinge impasible que me mira burlona y cómplice.
Despierto con el sonido de la lluvia golpeando mi escondite. Miro la lámpara en busca de la figura inserta en ella y no veo a nadie. También los niños se parapetan en sus viviendas. Solamente se oye el ruido intermitente de las gotas.
Estoy solo.

viernes, 29 de enero de 2010

El Escobero



En su trajín diario subía la empinada ladera. Llevaba las escobas a cuestas, en espera de la venta prometida, día a día.
Los niños lo rodeaban curiosos, los vecinos ya no le prestaban especial atención.
Al principio fue el objeto de burlas y extrañeza. Surgía de él un halo inexplicable, como si flotara dentro de una tenue nube.
Su presencia era de un gris indescifrable. Gotas de humedad resbalaban de su ropa. Parecía vivir en un invierno perenne.
Solía tocar un silbato para llamar la atención de los vecinos, mientras caminaba con los críos detrás suyo.
La venta fue mermando, a pesar de su esfuerzo. El vecindario no era muy poblado, y las escobas no se gastaban tan rápidamente como él lo hubiese querido.
Un día no se presentó. Entonces volvieron a preocuparse por esa figura esmirriada, encorvada. Asombrados comprobaron que el cielo se abría, dejando pasar el sol y la luz. El calor los abrigó cariñosamente. Dedujeron que se debía a la ausencia del escobero.
Durante dos días más no supieron de él. De pronto apareció con su andar cansino y sus escobas de siempre.
Los niños lo rodearon en forma acostumbrada. El les sonrió y por primera vez se sentó en el cordón de una vereda.
Comenzó a contarles lo que parecía un cuento. En realidad , el relato era la historia de su vida. Érase un hombre muy rico, que vivía en una especie de palacio. Tenía dos hijos que lo adoraban.
Pero una catástrofe abatió el lugar, ubicado cerca del mar.
No se sabe porqué pero el mar rebasó sus orillas e inundó todo el entorno. Los pequeños y la esposa estaban en el palacio que fue arrasado. Cuando el hombre rico volvió no encontró su hogar ni a su familia.
Durante días y meses los buscó sin éxito alguno. Pero nunca dejó de vivir, en ese predio devastado. De noche permitía que el agua lo acunara. Así le parecía que estaría más cerca de los suyos.
Se levantó cansadamente y siguió su camino, esta vez solo.
Los niños lo miraron partir en silencio. A medida que se alejaba se iba disipando su figura, hasta hacerse invisible.




Rojo Profundo




Terciopelo color rosa
rosa impregnada en rocío
rocío que sabe a noche
noche incandescente

Clarifica la sangre
color rojo subido
Enciende en tu cuerpo
pétalos dormidos

Rosa impregnada en rocío
fluye a tu corazón
Silencio en tu alma
sin percibir la flor

¿Dónde te conduce?
A qué sueños te apegas?
Dónde encuentras la fuente
que mitigue tu condena?

Flor agraciada, violenta

Flor amada
Irreal
Rechazada

Te deshojo
Y te pierdes
en la bruma falaz
de sus ojos





Atrapado


















En la penumbra, hundido en un sillón, Jorge estaba inmóvil, inmerso en sus pensamientos. No escuchaba la música que venía de la otra habitación. No le molestaba el ruido del exterior que se filtraba por la ventana. Ni siquiera el canto de los pájaros que revoloteaban por el jardín lo sacaban de su estado.

No puedo perdonar la traición. No puedo perdonarle a Susana, el tormento en que me sumió. Pero Dios!, tampoco puedo olvidar sus ojos dorados, llenos de luz, de promesas incumplidas.
Esos ojos que hacían olvidar lo que nos rodeaba. Que horadaba mi interior, llevando gozo y felicidad. Nunca había sentido ni volveré a sentir, esa sensación de libre albedrío. Sentía que flotaba, alejado del mundo real. Sólo su presencia llenaba el espacio infinito. Bastaba para mí.
Aquella noche que nos encontramos en la casona del campo, compartíamos el hechizo de la luna que nos bañaba con su pétrea claridad. Y fue allí precisamente, donde me dijo sin preámbulos, que nos dejaríamos de ver. Su ex novio había vuelto arrepentido y le propuso casarse de inmediato.
No pude creer lo que escuchaba. Se hizo un silencio oscuro, espeso, entre los dos. La sentí como pantera engañosa.
¿Por qué no insistí? ¿Por qué no le dije lo que sentía? ¿Por qué no exigí una explicación? Como zombi quedé callado, mientras ella me miraba expectante, esperando una respuesta.

En cambio, dije que no importaba, ya que no pensaba formalizar. Que no sentía nada. Que para mí fue sólo un capricho. El orgullo y la vanidad herida brotaron de mis labios. ¡Qué petulante! Quería estrecharla entre mis brazos y la estaba alejando para siempre. Sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas.
Entonces, en un susurro, dijo que había elegido el camino correcto. Y se fue corriendo hacia la nada.