jueves, 17 de mayo de 2007

Ambrosía

Su vestido olía a fresas
y la mañana
a fiesta y jazmín.
Sentido atardecer
de la arboleda en flor.
El sordo ruido del mar
quebraba los sentidos,
acunando una sombra
volátil y nerviosa
que perseguía el aroma
de las fresas al pasar.

Las hojas susurraron
al compás de los suspiros,
mientras el cielo se cubre
de alas extendidas
en ensordecedor ruido.

Ante contenido secreto
sostenían el aliento.
El agua murmuraba sentido
empujado por el viento.

Tan lejano, aún presente,
pronto se hizo el silencio
con el último suspiro.
Vivencias de un violín


No sabían su nombre. Le decían el gringo violinista. Vivía en un hotel inquilinato, sórdido, oscuro, sin la más mínima comodidad. Lo veían salir de mañana abrazado a su violín, usando su único traje, aunque siempre impecable.
Posiblemente debió haber sido un hombre de buen porte en su juventud.
Cuando arrancaba sonidos de su instrumento se le iluminaba el semblante, sus ojos se enternecían y una sonrisa jugaba en sus labios. Se transformaba. Una aureola daba luz a su rostro que parecía rejuvenecer. Podría decirse que tocaba para sí. La mirada perdida en una sutil añoranza. No le molestaba que la gente circulara a su alrededor, que no se detuviera. Había algo de altanería cuando los observaba. Quizá sentía lástima por ellos, que no sabían disfrutar la dulzura de un Mendelssohn, la potencia de un Beethoven, la enternecedora tristeza de un Massenet.
Hoy, unas jovencitas, se detuvieron curiosas a escucharlo. Fue el detonante; se hizo un círculo que iba ampliándose. “Toca como los ángeles”, alguien comentó. “Debería estar en una orquesta”, fue otro comentario. El gringo violinista sentía batir su corazón. Tocó como nunca. En un momento, mientras las notas nítidas y seguras inundaron el espacio con una pieza de Paganini de difícil ejecución, el público sostuvo su aliento. Algunos no entendían, otros lo admiraban. Pero todos se sintieron impactados por la perfección de las notas, reconociendo el extraordinario trabajo artístico. Cerró sus ojos. En ese momento estaba tocando en su país, en un teatro colmado, alimentándose del silencio de la sala.
Cuando terminó, el grupo que se agolpó en esa esquina lo aplaudió vigorosamente. Uno le pidió que siguiera tocando. Para él, el aplauso fue igual a aquel, cuando el público lo ovacionó de pie.
Su gorra estaba en el suelo. Se llenó de monedas, pesos, hasta patacones. Hoy podría comer como un príncipe.
Cálzate mi niña

Caminando bajo el sol
que enciende la calle
sus pies se queman al andar.
Cuidado con los cortantes
sueltos por el camino
te harán sangrar.
Cálzate mi niña.
En una casa le dieron
un pan y una manzana
Ella disfrutó comiendo
cerca de una ventana.
En tanto el sol se escondió
y la lluvia arreció
enfriando el pavimento
Cálzate mi niña
Sus pasos se dirigieron
hacia los vidrios iluminados
donde unos zapatitos de charol
brillaban como encantados.
Gustaba ir todos los días
a soñar que los compraba.
Cálzate mi niña.
En el cordón de una casa
junto a la basura,
encontró abandonados
unos zapatos marrones
desteñidos y un poco ajados
Le iban algo holgados
pero igual se los llevó.
Con ellos fue corriendo
hacia los vidrios iluminados
pero los zapatos encantados
ya no estaban.
Se los habían llevado.
Miró sus pies cubiertos
por los zapatos gastados
y una lágrima corrió por su mejilla
Hoy niña, ya te has calzado
Palabras de polvo

Lo llamaban el ladrón de atardeceres. Quizá por su arrogancia, quizá por su libre albedrío, quizá por su indiferencia hacia los demás. Quizá por que paseaba su prestancia alrededor de la plaza central todos los atardeceres, haciendo gala de su elegancia. Todos reconocían que éste era el espacio que él ocupaba sin oposición.
Se sentía joven a pesar de no serlo. El decía que el cuerpo adolescente era una cosa, pero que el pensamiento joven lo consideraba un equilibrio estable. Así se sentía. Horadaba el viento con su mirada. Avasallaba con galanura la sonrojéz de las niñas que tímidamente cruzaban su camino.
Se sentía intocable, inabordable, seguro.
Hasta que el amor tocó su fibra más íntima y lo colocó a la altura de cualquier mortal. Por primera vez, cuando más lo necesitaba no fue correspondido. Se debatió ante su inseguridad y su experiencia. Era un desafío a su hombría, a su orgullo, a su corazón sangrante. La niña que entorpecía sus sueños, que enardecía su ser, era la flor de otro jardín.
Probó con sus palabras más ardientes, más sentidas, apasionadas, pero comprobó que el ángel sediento sólo tiene palabras de polvo.
El intruso

Nacimos trillizos. Pero mi madre no se amilanó. Nos atendía, higienizaba y alimentaba con mucha destreza, a pesar de ser madre por primera vez. Era su rutina diaria. Así fuimos creciendo.
Cuando dimos nuestros primeros pasos y aprendimos a no romper mucho, abruptamente nos separaron. Otros brazos nos cobijaron. Otro hogar nos dio su calor.
No comprendía. Sólo podía llorar. Estaba solo, no sabía donde estaban mamá y mis dos hermanos.
Había un muchachito en esa casa , pero me sentía seguro y querido en sus brazos. Y dejé de llorar. Poco a poco fui olvidando a mi familia .
No fue una vida muy apacible pero tampoco opresiva. Todos me querían. Incluso las visitas que esporádicamente recibían, no dejaban de halagarme.

Aunque hoy, pasados unos años, recibieron de regalo un gatito siamés, que ocupó la atención de todos. Y por supuesto, pasé a segundo plano.
Bueno, necesitaba otra vez mi lugar de privilegio. Y pensé en llamar la atención de alguna manera.
Y no se me ocurrió nada mejor que ponerme a ladrar y aullar, mientras el intruso me miraba socarrón desde mi tapete.
Vivir

Cuánta razón ante el plato vacío.
Cercena el alma el frugal despliegue.
Cuánta certeza ante esta inercia
que implica el ocio obligado.
Como jirones envuelve el cuerpo.

Se baña con ríos de llanto.
Se nutre con sobras dispersas.
Zombies con figura de niños,
viejos con figura joven.

Una masa informe
que avanza sin tregua.
Que busca bonanza
dignidad y entereza.
Que busca equilibrio
Que se mueve en un mundo
de incertidumbre .

Que tiende a elaborar
la firme estructura
de una realidad admisible
Destemplanza

El fuego jugaba arabescos desde el bracero, mientras le rendían culto un anciano andrajoso que lucía un poncho oscuro de mugre y de años, y un jovencito que saltaba ora en un pie, ora en el otro, para calentar su cuerpo. La noche se perfilaba destemplada, ventosa. No hablaban. Sólo los unía la desazón y el hambre.
De pronto unos nubarrones se extendieron raudos, seguido de fuertes relámpagos, precursores de las gotas que en forma intermitente anunciaban la copiosa lluvia.
Corrieron a parapetarse en un portón cercano. El anciano recostó su humanidad tratando de cubrirse lo más posible. A su lado se sentó el muchachito tiritando, sosteniendo sus rodillas con los brazos.
Medio adormilado el hombre comenzó a quejarse, moviendo su vencido cuerpo. Eran sordos quejidos que brotaban de sus labios resecos. El joven sonreía en su sueño. Quizá rememoraba a su familia perdida.
El viento que soplaba entre los árboles lo despabiló. Comenzaba a amanecer. La lluvia había amainado durante la noche. El joven, casi un niño, trató de despertar al anciano. Este no se movía, estaba rígido, con una semi sonrisa impresa en su rostro. No había signos de dolor, no había gestos crispados. No había nada. Las lágrimas fluyeron mansamente por el rostro juvenil.
Se arrebujó en el poncho oscuro y dándole un beso en la frente, se alejó lentamente.
Empedrado

Un día sin sol, un atardecer inclemente. De pronto se escucha el voceo cadencioso del afilador que pasea su cansancio por el gastado empedrado.
En una esquina, bajo el alero de tejas de una bonita vivienda, apoyados en el mármol de la entrada, un puñado de muchachos agrede al hombre con palabras hirientes, mostrándose orondos ante sus compañeros quienes festejan sus exabruptos.
Resignado, él sigue su camino en silencio, con las risas y burlas pegadas a su espalda. Una arruga profunda surca su frente.

La puerta se abre de improviso con estrépito y de pronto todo cambia.
Un revolotear de piernas corre en distintas direcciones.
Todo vuelve a su normalidad y el afilador se aleja silbando su camino
Las manos

Dicen de la mano
que es sostén de la vida
Cuando acaricia amorosa
cabellos ensortijados
Cuando mece al niño
que está perturbado
Cuando a pesar de la arruga
sigue moviendo cacharros
para esa familia tan suya
Cuando sostiene al caído
y acurruca al dormido
Cuando vela los sueños
y espanta pesadilla
Cuando abraza
Cuando se extiende
Cuando apoya
y dice presente

Ahora quiero saber
si esto es verdadero
¿por qué mi mejilla está roja
marcada con tus dedos?
Qué le cuenta un personaje al psiquiatra


- Permiso, doctor
- Adelante
- Me llamo Luis Cáceres
- Bien Luis, qué lo trae por acá?
- Verá doctor, el otro día tomé un ascensor, que se descompuso. Sentí que me moría, no podía respirar. Tenía el pulso acelerado. Comencé a golpear la puerta desesperado, pidiendo ayuda
- Cuánto tiempo estuvo encerrado?
- Casi tres horas. Me dijeron que era claustrofobia. Por eso vine.
- Perdió el conocimiento en algún momento?
- No. Por suerte, en el lugar estaba una hermosa muchacha, que dijo ser enfermera.
- Y?
- Bueno, ella me socorrió. Me sostuvo en sus brazos. Me dio respiración boca a boca
- Y eso lo alivió?
- Mientras me acariciaba sentí un alivio inmediato
- Quiere decir que se le fue la sensación de encierro?
- Me transmitía seguridad y eso me hacía bien.
- Ahora Luis, quiere decirme para qué vino a verme?
- Se trata de claustrofobia, doctor! Y se supone que usted esta aquí para tratarme, ¿no?
El suspenso absurdo

Distinguido Señor Hernández, estimado colega:

Usted no me conoce, pero yo he seguido su trayectoria y le escribo esta carta porque creo que es el único que puede ayudarme. Soy vecino de su predio y lo considero una persona de bien, honorable y justa.
Mi situación podría llamarse catastrófica.
Le pido disculpas si mi escritura es poco legible, si mi lenguaje le resulta incomprensible. Pero estoy realmente asustado.
Hasta ayer tuve la vaga impresión de que alguien me vigilaba, seguía mis pasos. Lo hablé con las autoridades pertinentes pero ni siquiera me tomaron en cuenta. Dijeron que cuando lo pueda ver, fuera nuevamente para dar su descripción. Hasta me palmearon la espalda diciendo que a lo mejor eran sólo suposiciones.
Hoy estoy seguro de ello. Hoy no se ocultó y me siguió hasta mi departamento. Estoy entrando al living y observo mis pertenencias dispersas por el suelo.
Siento sus pasos acercarse a la puerta. El picaporte se está moviendo. Rápido me oculto en el placard.
Sus pasos deambulan, ahora se acercan. Viene hacia mí.
¡Intenta abrir la puerta del placard! ….
¡Ayúdeme! Por favor.
Atte. Dr. Estevez, psiquiatra
Comprende
Quiero sentirte cerca
pulsando el viento
Quiero sentir palpitar
tu corazón

Quiero que al compás sintamos
ese vibrar tan nuestro
Quiero ver encendidas
tus pupilas de vigilia

Quiero comprender tu alma
desprendida de la mía
Quiero encontrar respiro
entre tus alas desplegadas

Quiero conocer tu mundo
y hacerlo mío
Quiero ver mi imagen
encendida en tu mirada

No quiero que me veas
sin querer mirarme
Quiero dilatar este momento
Cincelar con pinceles de vida
el porque, el cuándo, y el ahora

Comprende
no quiero que te pierdas
en la estela del tiempo.
Un juego de voces



Una rosa brincante en el sedoso seno de raso de sus pétalos,

rosa de Castilla.

Oye de pronto los heraldos cascos resonando acelerados,

llegando a su ventana.

Y estos se detienen sacando chispas multicolores

del empedrado suelo.

Entonces la flor se ruboriza ante su presencia y su color

se convierte en azul diáfano.

Una ronca nota sonó
y los cascos se alejaron presurosos.

Pobre rosa de Castilla

martes, 15 de mayo de 2007

Su razón de ser



Buscar Elogiar Proteger
efímeros sueños

Nombrar Soñar Percibir
búsqueda insaciable
que sólo recoge sapiencia

Recordar Añorar Alentar
Recelar huidizo al desafío

El mensaje discordante
sin herir sin instigar
Breva su fuente
en la sutil espera

Se sume en la agonía
de ser esclavo agónico
de tener que volar para poder vivir

Esquivo Altivo Disonante
deja su estela al pasar

Su mensaje desafía
Su esencia trepida
Su simpleza agobia
Su razón de ser:
“Es el amor”